04 octubre, 2010

Lo que Stendhal nunca contó sobre la Belleza o la teoría del péndulo


Extraña cosa la Belleza, puede letargar durante siglos, puede ser la más alta de las ternuras o tornarse la más vil de las armas arrojadizas. Hoja de doble filo, se presenta a veces con lengua bífida y ojos encendidos. Puede acunarte entre sus angulos y llegar a producir vértigo, puede marear de intensidad.
La pretendida belleza puede ser también un cliché de imágenes bonitas que son lanzadas a modo de bomba incendiaria. Una numeración de lugares comunes perfectamente alterados (en su punto justo, huyendo de la evidencia) con el objetivo, tal vez, de generar algo. Porque algo és la clara antítesis de la nada, y la nada és la única cosa que gana en vértigo a la belleza. Porque sabemos que en el único espacio que no existe vibración alguna és en el espacio vacío.
Pueden existir incluso batallas de belleza, guerras interminables de fraseos eloquentes. Como un tablero gigante de ajedrez con piezas de marfil. Cualquier cosa vale, supongo, para salvarse del vacío. Pero en tiempos de paz no hay nada peor que entrar al trapo de una flor con espinas sin nota firmada.

Desde un terrado de tiempos nuevos y algo mareado por el vino blanco y la belleza, siento calma y me permito reirme un momento de la gente que pasea por la Rambla, parecen hormiguitas desde esta altura, como si todo fuera ya poco importante. Y recuerdo unas palabras que Galeano dedicaba a las hordas civilizantes:


Eso rasca. Y rasca mucho, y rasca muy bien.

Y sentenció:

Pero rasca donde no pica

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