21 noviembre, 2010

Ella ( I )


-Llueve sobre mojado-. Es lo único que piensa al sentir como la lluvia les resbala por el pelo tras el portal. Huye por enésima vez de la posibilidad de ser feliz. Se ha vestido hábilmente sin hacer ruido y ha tomado café mientras veía llover por la ventana. Luego, como tantas otras veces ha sentido la tentación de volver a la cama, abrazarse al chico del barrio viejo e imaginar fechas señaladas y domingos por la tarde bajo manta. Estos impulsos siempre crecen cuando llega el invierno y siente que esta mañana es más fría de lo normal. Ha llegado a entrar en la habitación, pero al intuir la silueta debajo del nórdico ha sentido un vacío monumental en la boca del estómago y el pánico la ha paralizado un instante. Solo ha quedado recoger el abrigo y la cartera y salir de aquella casa sin hacer ruido.

Siempre que llueve siente contradictoriamente. Se le mezclan los recuerdos y de algún modo intoxican su percepción del contexto. De pronto se siente aun como una niña pequeña y le da por volver a pisar charcos con fuerza, para luego ver como el agua lentamente vuelve a su estático equilibrio. Siente la necesidad de cogerse de una mano caliente y fuerte que la lleve por las calles empapadas pero al mismo tiempo se siente más valiente  que nunca. Una pequeña heroína al estilo de “la Mome Piaf”. Odia los paraguas tanto como el frio, y siempre acaba con el pelo empapado sobre la cara.

Curiosamente para ella los días de lluvia son como nudos de una cuerda temporal que podrían explicar a grandes rasgos su vida. Casi todas las cosas intensas le habían sucedido bajo un aguacero.

Si al menos pudiera quitarse de encima este maldito miedo. Meterse la mano en el pecho y arrancarlo como si fuera un moco pegajoso, lanzarlo lejos y mirar a los ojos a la primera persona que pasara a su lado como recién renacida. Pero ha llegado a la conclusión que el miedo es inherente a su condición de “Viviente”. Mientras pensaba en todo ello ha notado como se le empapaba el calcetín, para comprobar que sus viejos zapatos deberían pasar pronto a mejor vida.

Ha sido la gota que ha colmado el vaso, y se ha refugiado en el primer bar con una lágrima en la mejilla y la intención de desaparecer un rato del mundo tras un libro y un cortado muy caliente.

No soporta las puertas que tintinean, no soporta sentir de pronto todas esas miradas. No soporta que la única mesa libre esté al fondo del bar. No soporta tampoco que el calor repentino le sonroje las mejillas y consiga que le ardan las orejas. No soporta…

Y lo ha visto a la segunda, el periódico, el café, el cigarro sus ojos, su deliciosa cara de susto y esa profundidad en la mirada.

Con toda esa lluvia fuera.

12 noviembre, 2010

Cosas de locos X

Jose Masiques (Composición)



El pintor de las mujeres soles
abandonado en su empecinada claridad.
Hizo su último viaje ya muy solo
sobre el Atlántico
y fue sepultado cuando llegó.


El pintor brilloso como la Luna
con su pelo largo con su barba culta de polvo.
Escupió al cangrejo desde un dibujo
y le puso fecha a su despedida.
Y siguió queriendo aunque no fue amado
ni como ser humano.
Y siguió aprendiendo el camino de la soledad
en todo momento.


Y se fue entre ceras alucinantes
con su pelo largo con su barba culta de polvo.
Descargando gritos sobre las almas
mientras los beatos se persignaban
y el no tuvo iglesias
pero algo de altares al amor
hubo entre sus lienzos.
Y en la fantasía iba platicando su viaje
hacia el universo

El pintor de las enredaderas de luz escribió
sus últimos signos con triste desesperación
Y dejó sus restos a los amigos
y dejó sus restos a los amigos
pidiéndole sólo paredes para sostenerlos
pidiéndole sólo paredes para sostenerlos.


Silvio Rodríguez, 1968

10 noviembre, 2010

Haiku I







Una mañana
tumbada en el sofá
huele a café

08 noviembre, 2010

Él ( I )



Lo verdaderamente fascinante de aquel barrio era la amalgama de capas que la historia había ido apilando en sus calles. Los lugares cargados de grandes efemérides, como la esquina donde caían anarquistas a manos de los pistoleros de la patronal, hoy eran testigos de transacciones, un mercado de menudeo de dudosa legalidad. Los antiguos palacetes ocupados otrora por aquella burguesía urbana que poco a poco fue abandonando el masificado centro de la ciudad, convertidos en templos de modernidad o abarrotados de garitos que intentan hacerse un hueco en el panorama caprichoso del ambiente urbanita.  

Y de repente se para el nauseabundo e implacable reloj de la historia donde a este narrador le viene en gana. Concretamente en una mañana de otoño, justo en ese punto del año en que no hay otra que asumir el frio y la humedad, abandonando las terrazas y las islas a su merced.

Hasta el periódico parece mojado encima de la mesa. Un poco de azúcar y remover el primer combustible amargo del día. Saborear con cierta rutina el croissant y contrastarlo con el café para encender ese primer cigarro que de algún modo sabe a reconciliación con el mundo. Por un instante el sistema parece perfecto, no hay fisuras en ese pequeño mundo de costumbre que necesita para empezar el día. La manía de leer el diario al revés, la necesidad de no mojar nada en el café evitando molestos tropezones y la seguridad de que antes de llegar a Internacional alguna noticia le va a encender por un momento los ánimos.  La perfección en formato matutino.
Suena el tintineo de la puerta y al levantar la vista del diario la ve. Querría no haberlo hecho, querría retroceder unos instantes y seguir con su liturgia mañanera. Pero ya no hay vuelta atrás, ha levantado la vista y al cruzar los ojos con aquella mujer de cabellos mojados sabe que ya nada va a permanecer estático en su cabeza.  Siente un escalofrío en el cogote y un cierto desorden en su mente.

Sabe que los días de figuración han acabado en aquel preciso instante y eso le provoca una mezcla de nervios y emoción. Que peligrosa, piensa, la emoción.