14 marzo, 2005

Eclipse de mar


Hay mundos que provocan eclipses, pero también hay eclipses que contienen mundos. Es en esos momentos de semioscuridad compartida cuando podemos mirar más allá del gris de las calles, más allá de lo absurdamente absoluto de nuestra vida. Mientras nadamos en la relatividad que nos ofrece el juego de sombra-luz podemos descubrir nuevos vientos encerrados en posos de cerveza, o vislumbrar nuevos ojos reflejados en cristales empañados. En realidad no somos los únicos deseosos de encontrar ese rincón donde todo es relativo, donde la ambigüedad juega a damas con la luna y un loco místico se dedica a levantarle la falda a las estrellas.

No estamos solos, hay personas que se buscan por las ciudades con los ojos vendados. Buscan besos que les hagan olvidar el frío de las aceras, abrazos que les curen el anonimato, buscan cuerpos con los que compartir su soledad. Como ellos nosotros nacimos buscadores, solo que nos olvidamos enseguida de lo que buscábamos, y al olvido le llamamos cordura, y nos volvimos objetivamente cuerdos, nos autocensuramos la percepción de ciertos colores, inventamos razonables cristales para mirar a través de ellos a modo de filtro contra la duda. Lo peor de todo es que este juego tiene algo de bucle vicioso.

La próxima vez que mires el mar fija la vista en el horizonte, absurda línea divisora de conceptos. Sí, esos ojos que te mirarán desde el otro lado serán míos, como serán míos los labios que te recorran el cuerpo, aunque tú ya lo sabrás, no te dejarás engañar por el cosquilleo de la brisa en la nuca, porque serán mis manos las que te lleven al éxtasis y serán nuestros cuerpos los que ya nunca solos se fundirán en ese eclipse de mar.

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08 marzo, 2005

Nocturnos III

La noche vino a recordarme que sigo por acá, parece que sigo mandando sobre mis manos. Lentamente me repongo de este eterno instante… que vértigo repentino. Hasta me mareo de lo alto que imaginé. Es curioso porque seguramente siquiera salí de mi mismo.

- que largos son los viajes hacia dentro.

Un cigarro y aire fresco para intentar volver a la trinchera. Vaya mierda de seguridad, nunca me falta tanto como estando conmigo mismo. Si pudiera congelar este momento, si pudiera guardar esta soledad en el bolsillo del pantalón y compartirla contigo cualquier tarde. Pero el momento se escapa se pierde bajo el minutero de este reloj congelado a golpe de olas de frío.

Este momento no entiende de gritos ni de llantos, no habla de nada. Es la espera de la cola de un ministerio, es el brazo apretado al asiento del avión en el despegue, es la comisura de tus labios cuando le brindas una sonrisa, es la mirada del soldado que de pronto entiende, es la bala que se para, el sol que se seca, la guitarra que se queja, el cansino anuncio de la parada de metro. Este instante es el peso de mi deuda con el tedio por las carcajadas y el vino de anoche.

Vale la pena parar el tiempo de vez en cuando para poder volver a encenderlo y dar cuenta de que seguimos vivos y locos…
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