03 septiembre, 2010

Crónica de lo que nunca jamás sucedió

A veces, el universo conspira a nuestra contra. Noches de risas y conexiones repentinas que se dejan perder por un desajuste espacio-temporal.
 El chico esa noche tiene un brillo especial en la mirada, ella  lo detecta, pero desconoce el motivo y se ilusiona imaginando que cruzan juntos el umbral de su puerta de madera, devorándose. La chica tiene alas de gaviota, aunque le han disparado muchas veces a matar, ha esquivado los perdigones y esta noche se siente ligera, y la música y la cerveza harán el resto.
Se conocen muy poco aún, y eso le da a ella la libertad de imaginarse la vida del chico, como una voyeur con poca práctica. Juega a inventarse los detalles, las pequeñas cosas que hacen que una persona especial se convierta en imprescindible. Lo imagina desayunando por la mañana mientras ojea el periódico, tostadas un poco quemadas y café amargo. Imagina las estanterías llenas de libros mal ordenados. El gato acurrucado al lado del radiador y una máquina de escribir en un rincón de la mesa. Lo imagina de madrugada, escribiendo en la Olivetti con el cenicero lleno de colillas y la cabeza totalmente ida, olvidándose del sueño por completo.
Él se deja emocionar por su sonrisa algo traviesa y se pregunta cómo deben ser los lunares que no ve, los que quedan debajo del vestido.  La mira un momento, tímidamente y se imagina que huyen juntos esa misma noche, piensa que no es tan fácil como parece mirar a alguien y querer por un momento pasar el resto de la vida con esa persona.
El último amigo se despide y los deja solos, hablando sobre personas que se miran en el metro y que no se atreven a ir más allá, de miles de pasiones contenidas en hora punta. De todas las cosas que nunca jamás sucedieron pero fueron grandes historias en potencia. Y se miran, se miran mucho.
El chico se cree seguro de sí mismo, cree que todo puede ser si nada se da por perdido, pero en el fondo es torpe e ingenuo. La chica se relaja y se deja mecer por las palabras, por esa voz grave entre la que se siente abrigada. Él la coge de la mano y juegan a cruzar la calle sin mirar, a pisar las aceras mojadas a golpe de manguera y justo cuando han decidido escapar de todo y comerse a besos en cualquier esquina, el universo se presenta duro y implacable en forma de llamada al móvil.
Y es que se conocen tan poco.
Y él es tan ingenuo
Y ella desconoce el motivo.

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