24 agosto, 2010

Nocturnos XXVIII


“No mirar a los mapas, seguir en mí mismo,
no andar ciertas calles,
olvidar que fue mío una vez cierto libro.
O hacer la canción
S. Rodriguez

El verano empuja a los locos que habitan alrededor de esta barra a pasearle las calles a la ciudad. A rodearse de los buenos y reír bajo las guirnaldas, a conquistar para todos, los adoquines y el asfalto baile a baile.

El verano, por muy fatal que sea, es verano e invita al optimismo. Siempre queda ese rincón que inconscientemente reservamos a salvo del drama, donde resistir. Siempre quedan los recuerdos dulces y la perspectiva de un nuevo corazón al que acostumbrar a sonreír.

Esta noche me he encontrado a Nacho rodeado de amigos. Me he acercado a abrazarle y me ha dicho con un guiño que salir del miedo no es una idea tan horrible. Ha insistido en brindar por la absoluta falta de rencor o resentimiento y por la tranquilidad que brinda. Luego ha contado algo acerca de un modo infalible de vencer la tristeza, según él era tan sencillo como no tenerle miedo.

Nacho me ha dicho que cambiara las calles por otras, cambiará de nombre y de apellido. Puede que Nacho nunca vuelva a ser Nacho. Me ha dicho que otros vendrán a ocupar el vacío. Y un pedazo de él estará en cada uno. Le he preguntado entonces si eso significaba el fin de la poesía. Me ha mirado con contundencia y me ha dicho que la belleza no desaparece, solo hay que saber encontrarla de nuevo y tener muchas ganas, todas.

Un amigo ha venido a reclamar su atención y le ha dicho que era hora de ir al puerto. Les he visto alejarse con un andar triste pero optimista y enérgico, abrazados. Desde lejos Nacho me ha pedido que cuide de los demás y que sonría todo lo que pueda. Me ha mirado como si no fuera a volver nunca y se han perdido entre el gentío.

Nacho y el chico con un extraño gorro de piloto.

Extraño que de fondo sonara esto, como si el universo quisiera un cuento “capicua”, claro, como para cerrar el círculo.

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