26 mayo, 2009

Nocturnos XXIV 


Nacho sigue en la taberna, ha puesto a Nick Drake en el viejo tocadiscos y ha sacado un par de sillas y una mesa a la calle. Detrás de la barra ha encontrado algo que Jorge se dejó con las prisas de la huida. Con ello ha liado un cigarrillo que ahora balancea entre los labios.  Se ha servido una copa de vino blanco que descansaba en el fondo de la nevera y, por un momento, habría deseado ser creyente para rezarle a un dios superior o para darle la culpa de todo. En lugar de eso ha dejado caer el puño en la mesa y ha llorado unos segundos.

Luego ha llegado un avión de papel volando y se ha posado encima de la mesa. En él ha reconocido la caligrafía imperfecta de la Olivetti de Jorge. Era un poema precioso, duro como la vida cuando arde a la par que suave como el sueño eterno. Al final, escrito a mano, Jorge añadía:

Poema de un solo uso… 

Así  que poseído por una obediencia ciega a los deseos de su amigo, antes de que le absorbiera la tentación de releerlo, ha cogido la caja de cerillas que permanecía amenazante sobre la mesa y el papel de mala calidad ha ardido más rápido de lo que él imaginaba.

Una leve brisa de verano se ha llevado lo que quedaba del avión reducido a cenizas y a Nacho le ha invadido de golpe una sensación de calma, ha apagado el cigarrillo y ha bebido un trago de vino.

Así, paso a paso y minuto a minuto, los locos militan desde la dignidad de las pequeñas acciones, casi imperceptibles. Matan los últimos coletazos de esta oleada de cordura injustificada y de paso consiguen dormir unas horas.

Nick sigue en el tocadiscos

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