19 enero, 2010

Relato en ron menor III

Los últimos minutos me dedico intensamente a memorizar cada centímetro de piel, cada sonido que emites, sea en formato de gemido, de sonrisa (porque las sonrisas tambien suenan, son pequeños crujidos en las comisuras), o de sollozo. Lentamente me visto y como un ente poco terrenal recojo la ropa mientras como si de una tortura se tratara me asaltan miles de imágenes en forma de diapositivas. Arena, agua, islas, capitales, copas de vino blanco, canciones a duo, el sexo con amor, las mañanas de cinco minutos mas, las noches que no queríamos acabar, la última canción de Nacho como una broma pesada y todo un inventario de belleza que dejo para cuando no pinche tanto.

Salgo por la puerta como si tuviera que volver pronto (por poder salir sin más) y fuera la lluvia helada me da la razón. Suena el teléfono varias veces mientras camino con nombres de personas que me quieren bien pero la lluvia me ha quebrado la voz y me asalta el miedo a comprobarlo. Noto que peso muy poco y no tengo claro si es por que la calle está resbaladiza o porque me he dejado la mitad de mi mismo en tu cama. Y sigue lloviendo, y mañana por la mañana seguirá lloviendo, y tal vez encuentre un avión que me lleve lejos de mi una temporada, o tal vez me pase la vida buscando agujeros en las islas y la puesta de sol en el Hafa se convierta en el acto de belleza más triste del mundo.

Voy a tardar siglos en olvidar tu boca

13 enero, 2010


De momento...


El juego en que andamos

Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta salud de saber que estamos muy enfermos,
esta dicha de andar tan infelices.
Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta inocencia de no ser un inocente,
esta pureza en que ando por impuro.
Si me dieran a elegir, yo elegiría
este amor con que odio,
esta esperanza que come panes desesperados.
Aquí pasa, señores,
que me juego la muerte.

de "El juego en que andamos"

Juan Gelman

04 enero, 2010

Nocturnos XXVI

Anoche llegué a la taberna y me encontré con Ana sentada en una mesa, cerca del escenario observando una guitarra muda y con ojos tristes. Me contó que le invadía un sentimiento de culpa, que era muy propensa a él, y que no podía evitarlo. Yo intenté disuadirla de la mala conciencia, le dije que la culpa era estéril y que nos encadenaba a una vida de caminos rectos, sin conflicto pero sin una sola curva. Ella me dio la razón, pero argumentó que dos mil años de cristiandad no se borraban de un plumazo.

Acordamos que ante la imposibilidad de asesinar la culpa podíamos hacerle sentir vergüenza mostrándole su antítesis. Salimos al frio de la calle y nos tumbamos sobre el asfalto para blasfemar a gritos, recitando a un maldito.

Con el corazón algo más ligero entendimos que un acto de belleza, aunque sea puro autoconsumo y vacio de utilidad sirve también para romper las ataduras con la moral colectiva.

Y nos despedimos, prometiéndonos una noche de vino y conversación sesuda, y quien sabe, tal vez un acto de belleza, con la profunda convicción de que no servirá absolutamente de nada para el progreso colectivo, pero nos sentiremos un poco más vivos.

A veces la Vida por si sola ya vale la pena…

Nos quedamos unos minutos escuchando a Nacho disculparse, y Jorge interrumpió con algún tema importante, sin ningún cuidado.

Que falta de tacto.