04 enero, 2010

Nocturnos XXVI

Anoche llegué a la taberna y me encontré con Ana sentada en una mesa, cerca del escenario observando una guitarra muda y con ojos tristes. Me contó que le invadía un sentimiento de culpa, que era muy propensa a él, y que no podía evitarlo. Yo intenté disuadirla de la mala conciencia, le dije que la culpa era estéril y que nos encadenaba a una vida de caminos rectos, sin conflicto pero sin una sola curva. Ella me dio la razón, pero argumentó que dos mil años de cristiandad no se borraban de un plumazo.

Acordamos que ante la imposibilidad de asesinar la culpa podíamos hacerle sentir vergüenza mostrándole su antítesis. Salimos al frio de la calle y nos tumbamos sobre el asfalto para blasfemar a gritos, recitando a un maldito.

Con el corazón algo más ligero entendimos que un acto de belleza, aunque sea puro autoconsumo y vacio de utilidad sirve también para romper las ataduras con la moral colectiva.

Y nos despedimos, prometiéndonos una noche de vino y conversación sesuda, y quien sabe, tal vez un acto de belleza, con la profunda convicción de que no servirá absolutamente de nada para el progreso colectivo, pero nos sentiremos un poco más vivos.

A veces la Vida por si sola ya vale la pena…

Nos quedamos unos minutos escuchando a Nacho disculparse, y Jorge interrumpió con algún tema importante, sin ningún cuidado.

Que falta de tacto.

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