08 noviembre, 2010

Él ( I )



Lo verdaderamente fascinante de aquel barrio era la amalgama de capas que la historia había ido apilando en sus calles. Los lugares cargados de grandes efemérides, como la esquina donde caían anarquistas a manos de los pistoleros de la patronal, hoy eran testigos de transacciones, un mercado de menudeo de dudosa legalidad. Los antiguos palacetes ocupados otrora por aquella burguesía urbana que poco a poco fue abandonando el masificado centro de la ciudad, convertidos en templos de modernidad o abarrotados de garitos que intentan hacerse un hueco en el panorama caprichoso del ambiente urbanita.  

Y de repente se para el nauseabundo e implacable reloj de la historia donde a este narrador le viene en gana. Concretamente en una mañana de otoño, justo en ese punto del año en que no hay otra que asumir el frio y la humedad, abandonando las terrazas y las islas a su merced.

Hasta el periódico parece mojado encima de la mesa. Un poco de azúcar y remover el primer combustible amargo del día. Saborear con cierta rutina el croissant y contrastarlo con el café para encender ese primer cigarro que de algún modo sabe a reconciliación con el mundo. Por un instante el sistema parece perfecto, no hay fisuras en ese pequeño mundo de costumbre que necesita para empezar el día. La manía de leer el diario al revés, la necesidad de no mojar nada en el café evitando molestos tropezones y la seguridad de que antes de llegar a Internacional alguna noticia le va a encender por un momento los ánimos.  La perfección en formato matutino.
Suena el tintineo de la puerta y al levantar la vista del diario la ve. Querría no haberlo hecho, querría retroceder unos instantes y seguir con su liturgia mañanera. Pero ya no hay vuelta atrás, ha levantado la vista y al cruzar los ojos con aquella mujer de cabellos mojados sabe que ya nada va a permanecer estático en su cabeza.  Siente un escalofrío en el cogote y un cierto desorden en su mente.

Sabe que los días de figuración han acabado en aquel preciso instante y eso le provoca una mezcla de nervios y emoción. Que peligrosa, piensa, la emoción.

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