El funámbulo es ese ser extraño a medio
camino entre bailarín y piloto. Una línea tangente de la evolución, una cabeza
vaporosa de belleza sobre un cuerpo de alambre y nylon. Lunático por
naturaleza, rey de los pájaros de mal agüero. Escribidor de boquiabiertos por
las alturas, reponedor de imposibles en los colmados vacios de suspiros.
Pequeño loco cabrón, dicen los famas. Espantapájaros
de palo y cuerda le llaman los que viven a ras de suelo, incógnita física de
las leyes generales. Como una pesadilla de Sir Isaac Newton, el niño con la cabeza
llena de pájaros no pierde el hilo, baila sobre él.
El niño funámbulo sonríe, porque desde su
pista de baile las cosas parecen de juguete, pierden seriedad y dramatismo. Se
llena de una sensación de vuelo bidimensional, se estira sobre el cable y sueña
que vuela, sueña.
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