13 octubre, 2011

Nocturnos XXXV


De la risa de Jorge

Jorge se ríe de mi casi obsesiva manía de buscar señales por doquier. Se ríe de mis ganas de ordenar el caos, de alargar el verano, de insistir en leer el periódico, de trasnochar por despecho y de buscar impulsivamente la paz en placeres efímeros. En fin, Jorge se ríe de mis pequeños vicios y de mi mala salud de escritor frustrado.

Cada vez que le veo observarme con una mirada socarrona y fruncir el ceño a media sonrisa se por donde va. Detrás viene una gran carcajada, se acerca a la mesa con dos vasos y me alborota el pelo cariñosamente. Se ríe de mi extraña manía de no estar de acuerdo casi por sistema, de que visite cementerios extranjeros, de mis escarceos con lo más cursi, y se cachondea en general de tantas y tantas páginas de palabras en clave.

Cuando nos encontramos de madrugada en un garito siempre me abraza entre carcajadas y vapores alcohólicos, acto seguido pregunta si interrumpe algo, aunque le importe poco, y acabamos a la salida del sol pasando de todo el mundo y riéndonos el uno del otro.

Él de mis amores eternos, yo de su pesimismo, él de mi promiscuidad, yo de su mitomanía y así hasta que se hace demasiado tarde hasta para nosotros.

En realidad resulta un poco rompe pelotas en ciertos momentos. Cuando me despierta de madrugada, cuando me jode noches prometedoras, cuando se ríe de ti, cuando me llama "mi pequeño poeta perturbado" y yo le contesto que si fuera poeta habría una fecha clave. Me resulta profundamente molesto cuando me quita la razón y hasta cuando me la da. cuando se ríe de mi sin parar.

Y sin embargo…  No sé qué haría en otoño sin la risa de Jorge.


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