19 septiembre, 2008

Nocturnos XVII


Hoy la taberna abre hasta tarde, es noche larga en el calendario de los insomnes. Yo vengo de cena y me acerco a una mesa para vaciar mi eterna impaciencia a brazos de Jorge, lleno de indeleble paciencia. Él me invita a un trago y agarra una guitarra para tocarme música de la buena, de la que nos recuerda que vale la pena no estar haciendo otra cosa que escucharla. La canción habla de tristeza que se va y de tiempos mejores. Del tiempo de las sonrisas.

Saco lápiz y papel y escribo cuatro líneas sobre las cosas que no son en vano. Sobre esas pocas cosas por lo que vale la pena pasar noches en vela y mirar la puerta. Son esos pequeños detalles que diferencian lo deseado de lo que realmente nos importa. Los sueños etéreos de los que nos arrancan del tedio.

Guardo el papel, bien dobladito en un bolsillo del pantalón y le pido a Jorge una canción de uno de los buenos, algo tímido, a la que tengo ganas de cambiarle la letra. Juntos sacamos un final mejor y nos sentimos felices de luchar por lo que amamos.

Me despido luego de Jorge y le camino las calles al barrio, hasta que llegue el sueño, o la mañana.

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