02 abril, 2009

Cosas de cuerdos II


de lo que hizo Jorge…

Al cerrar la puerta de la taberna con llave ante la amenaza de la cordura cada cual corrió por una calle diferente.  Jorge se fue hacia el oeste, porque al contrario que yo, odia el mar. Tomó una rápida decisión, no volver a su casa hasta que pasara el ataque de cordura. Como no tenía más techo que el suyo ni tampoco atesoraba un tarro lleno de llaves (de las que se guardan para que las puertas no se cierren del todo), no tuvo más remedio que pagar una pensión.

Acto seguido compró una Olivetti de segunda mano (Jorge odiaba casi tanto los ordenadores como el mar), algo de comida, algunas botellas de vino y empezó a escribir. No escribió novela alguna, ni poesía, ni ensayo. Simplemente vaciaba lo que pensaba, ocupaba el tiempo. Con cada página que escribía fabricaba un avión de papel y lo hacía volar por la ventana. Se quedaba mirando como descendía hasta el piso de la plaza y se volvía a volcar en las teclas.

Esta noche escribía un poco de cine, o mejor, de belleza. Escribía sobre como Wong kar-Wai era un mago de la pintura en movimiento. Lo mismo construía belleza desde una tarta de arándanos que desde el vagón de un tren inventado con número futurista. Escribía el rojo de los arándanos, el humo de un cigarrillo liado en la puerta de un café o en una habitación de hostal a mitad de siglo. Escribía belleza casi sin darse cuenta y luego volaba con cada página por la ventana.

Es su modo de resistir este tiempo de cuerdos, su modo de echar de menos….

1 comentario:

María dijo...

Todavía no he decidido si los ataques de cordura son tan terribles como para huir de ellos a toda prisa; si sirven para que Jorge regale belleza, creo que vale la pena sufrir alguno de vez en cuando.
(M'ha agradat molt)